La buena educación

¿Cuál es el mayor bien y la mayor riqueza que puede tener una persona? Confieso que el título de este artículo no es de mi cosecha. Lo he rescatado del libro «Cartilla moderna de urbanidad» editado en 1929; compré este pequeño libro porque quería conocer el enfoque educativo de mis padres y maestros ya que, dada su edad, fueron educados en los años de la posguerra.

Sé que toda guerra abre un cisma generacional y, por eso, ya desde mi infancia, mi curiosidad por los tiempos de «antes» me llevaba a devorar todos los libros que caían en mis manos y también a escuchar, con devoción, las historias que contaban mis maestros. Recuerdo, sobre todo, a uno de ellos, un maestro que bien podría ser el que inspiró la película «La lengua de las mariposas. 1991. Jose Luis Cuerda». 


 ¿Os suena el concepto de «llave maestra»? Pues yo pienso que un maestro de primaria ha de ser la llave maestra que abre el corazón de los niños y los predispone para querer SABER… También pienso que esta predisposición tiene que venir LATENTE (latiendo) de casa y «bendecida por el deseo de sus padres» transferido a la figura del maestro o maestros. También sé que, sin esta transferencia emocional, los maestros poco o nada pueden hacer más que esforzarse y mucho.

Si hubiera una educación «ideal», en lo que al número de alumnos para la etapa de primaria se refiere, no debería de sobrepasar al número de hijos que, de manera natural, pudieran ser concebidos a lo largo de una vida rica y fructífera, o sea, un grupo de unos 12 alumnos como mucho. 

En preescolar, el número ideal baja bastante, pues la atención que una persona puede prestar sin «menoscabo de la calidad» a unos niños de entre 3 y 6 años, es muy fácil de SABER con este ejemplo: ¿a cuántos niños podría llevar cogidos de la mano? 

Si bajamos al tiempo de los «chiquitines», los de 0-3 años, el ejemplo que pongo es este ¿a cuántos niños puedes llevar, en brazos, a la vez?
  • Conscientemente, diferencio el tiempo de la educación primaria (6 -12 años) del tiempo de crianza o preescolar (0-6 años) pues, en este tiempo, lo mejor que se puede hacer por el niño es «acunarle» dándole un espacio seguro donde correr y experimentar a sus anchas; dejando que la naturaleza termine el trabajo de gestación y desarrollo de los sentidos que se inició en el útero materno.
En mi «mundo»,  veo la escuela como un claro en el bosque, donde un niño (algo mayorcito) se acerca con ojos y manos curiosos, a la figura del hombre o «persona mayor». El niño, aun es joven para salir de caza y el hombre mayor ya se ha ganado el merecido descanso tras una larga vida plena de experiencias...

En la mente humana, el primer nivel de  transmisión se centra en la figura del padre o «pariente» y, por extensión, en las demás figuras adultas de la comunidad. El joven (que ya no es un niño), necesita un tutor a quien seguir en su modelo de aprendizaje y esta transferencia (ligada a un proceso de desarrollo natural) sólo se malogra cuando el tutor no manifiesta la rectitud y el liderazgo necesarios para que el joven le admire. 

Los padres «creamos» la figura del educador para depositar en ella las más altas expectativas de futuro para nuestros hijos. Sé que el espacio educativo ha evolucionado mucho desde «aquel claro del bosque» pero la esencia sigue siendo la misma:

los padres y madres se van a trabajar, satisfechos y contentos de dejar a sus hijos (en cuerpo y mente) bajo la tutela de personas que han dedicado su vida a la transmisión de los valores fundamentales de la evolución humana.






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