Tiempo familiar, tiempo de silencio

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El habla es una función humana que surge para salvar las distancias entre los diferentes «sentires» o experiencias personales y, por muy eficaz que sea como herramienta comunicativa, su uso indiscriminado o excesivo denota falta de confianza y cercanía...

En definitiva, si hablamos es para acercarnos y si discutimos es para alejarnos ¡de nosotros mismos! Utilizando a los demás como espejos o referencia de nuestro bienestar y desarrollo personal. 


Esta actitud genera dependencia emocional e impide que veamos en forma objetiva a las personas con las que nos relacionamos ya que las VEMOS por lo que son para nosotros y no por lo que en verdad SON… (No las vemos completas y esto distorsiona la imagen que nosotros percibimos de ellos.)

Por ejemplo. Si a un hijo la madre sólo lo ve en su rol de hijo, sin tener en cuenta sus otros roles... acabará asfixiando la relación y el desarrollo emocional de su hijo por lo que este mostrará síntomas de alejamiento o rebeldía, empezando desde muy pequeño, por ejemplo al rechazar la comida… O la esposa que sólo ve en su pareja al marido y no contempla todas las demás facetas de esa persona… o viceversa, cuando el marido solo contempla el rol de esposa y olvida el rol social de su compañera. O cuando los hijos son incapaces de ver a sus padres como pareja sexual; etc. etc. 

En un mundo ideal:

A las personas que conocemos, aquellas que nos son familiares, nos bastará con una mirada al ver sus caras, para SABER si todo va bien. Esta función de «reconocimiento-familiar» hace innecesario el uso de la palabra, más allá de las órdenes o comandos básicos destinados a mantener en marcha el «circuito» familiar. Así, haciéndonos sordos… al discurso habitual podremos captar las sutiles diferencias que sólo un ojo amoroso puede captar…

Con aquellas personas que NO conocemos, aquellos que no forman parte de nuestro núcleo familiar o núcleo de convivencia diaria, lo más útil es observar cómo nos «sienta» o hace sentir su voz; para ello hay que escucharlos en profundidad, algo que se consigue si actuamos como si fuéramos ciegos y nada de su aspecto externo nos condicionase… Así evitamos los anclajes socio-culturales y podemos captar la esencia interior de una persona aunque no la hayamos visto en nuestra vida…



Espacio familiar, un espacio para la paz y la serenidad…

Una vez que una familia está en orden, y esto se observa cuando sus rutinas básicas están establecidas y todo va «rodado», el tiempo destinado a la conversación se reduce al mínimo posible y el SILENCIO entra a formar parte de su normalidad…

Lograr este espacio de paz es tarea de la mujer pues ella alberga la capacidad de emitir órdenes amorosas desde su corazón sin apenas tener que mediar palabra alguna. Y será su ejemplo y su serenidad interior la que se contagiará al resto de su familia.

El uso abusivo de la palabra, gritos, discusiones, conversaciones, etc. se hace necesario cuando los lazos del corazón no son fuertes. Algo similar ocurre con la necesidad constante de tocarse, abrazarse o estar juntos a todas horas, propia de aquellas relaciones que comienzan y tienen que generar nuevos lazos…

«Por medio de la palabra y del tacto las personas que no están unidas se reconocen en su fuero interno…»


El único tiempo en el que el uso de la voz-palabra-sonidos se hace imperativo es el tiempo destinado a la crianza del bebé… La madre sensitiva envuelve sus gestos de amor en palabras sentidas que van creando un «caparazón» afectuoso en su bebé y este abrazo amoroso, que sale de su corazón para activar las frecuencias del niño que está por crecer, ha de ser renovado, día a día, hasta que la futura persona pueda caminar por sí misma cuando llegue a la pubertad..

Cuando el tiempo de crianza del bebé ha sido positivo, se puede observar como al entrar en el tiempo de la infancia el niñ@ habla con soltura y pregunta todo aquello que necesita saber, siendo los tiempos de silencio proporcionales a su tiempo de madurez y desarrollo cognitivo. Para las cosas cotidianas a la madre le basta con una mirada y quizá unas pocas palabras para entender y hacerse entender…

Y recuerda, si «necesitas» hablar puedes hacerlo con un papel y aclarar así tus ideas; el hablar en exceso castiga al riñón y acorta la vida. 

Habitúate a decir lo positivo con hechos, no con palabras y lo negativo aprende a solucionarlo por ti mism@ asumiendo la responsabilidad de tu vida…

Si realmente tienes un problema y no sabes qué hacer, pide ayuda pero asegúrate que lo haces a la persona adecuada. 


¡QUEJARSE NO SIRVE DE NADA!



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