Diario de una niñera...



Hace unos días, una persona a la que felicitaban por su futura paternidad y respondiendo a la cuestión de si había leído libros sobre el tema para estar informado, respondía que no había leído ninguno; y a continuación dijo que los niños solo necesitaban comer, dormir y una educación para crecer sanos.
Visto en esta forma, la impresión que obtuve es que bien podría educarse con estas premisas a un cachorro de cualquier especie de mamífero pero pensé que, quizás, un humano necesitaría algo más… (jugar entre otras cosas, aunque para ser justos, quizás no lo dijo pero esta persona sí que sabía de su importancia)

Después al ver de nuevo la película protagonizada por Scarlett Johansson supe por donde iría mi argumentación en relación al tema «necesidades de la infancia» y, mientras escuchaba la voz en off de la protagonista, no pude evitar establecer un paralelismo entre su historia como niñera y la etapa que, como terapeuta emocional, cerré hace ya casi dos años…

Teniendo en cuenta que mi primer trabajo remunerado (mientras estudiaba bachillerato en horario nocturno) fue como niñera de tres niñas y que su ámbito familiar era muy similar al de la película, no es de extrañar que años después insertara esta plantilla en mi primera experiencia profesional de las terapias. Incluso la forma en la que la protagonista se despide/es despedida es similar a la forma en la que dejé aquel espacio en el que durante varios años fui como una más de la familia en lo que a la atención de las niñas se refiere.

La cuestión es que al ver la película fue como si despertara de un sueño y viera las cosas más claras que nunca. La impresión es como si todo el tiempo que he ejercido de terapeuta hasta ahora, mi conciencia de observadora llevaba el control e iba tomando nota de las necesidades que cada una de las personas que llegaban a la consulta tenían por cubrir; necesidades, todas ellas, relativas al tiempo de su infancia y a la forma en la que dormían, comían y jugaban mientras eran observados por su padres.

Y aquí se unen los dos temas, el del futuro padre entrevistado que llamó mi atención en televisión y el de la «niñez» y la forma óptima de superarla para que no deje huella en nuestra memoria emocional.

Suelo decir que la mejor infancia es la que queda atrás de forma definitiva ya que el tiempo de la infancia es tiempo de programación y formación; tiempo de construir los hábitos y actitudes que garantizarán nuestro paso por la vida en forma equilibrada y armónica. Añorar o detestar el tiempo de la infancia ( y aquí se incluye el cómo nos relacionamos con los niños), es igual de negativo e indica que la persona permanece anclada en el registro emocional propio de ese tiempo. Este anclaje hace que la persona perciba el mundo que le rodea lleno de obligaciones y responsabilidades «adultas», como una empresa difícil y llena de complicaciones. 

Se que algunas personas quizás no compartan este enfoque porque no han tenido la oportunidad de comprobar, una y otra vez, que la mayoría de problemas, por no decir todos, provienen del tiempo de la infancia no superado y que sólo hay que aprender a OBSERVARLO desde una perspectiva de persona adulta para que, poco a poco, el problema mengue y recupere su dimensión original, o sea, una pequeñez…. Que es en lo que se convierten todos los «grandes males» cuando se redimensionan y se llevan a su origen, al punto en el que fueron registrados por primera vez como algo no resuelto por «mamá» o por «papá»

Solo que AHORA ya eres «grande» y sabes (o deberías de saber) que «mami» eres tú y los cuidados y atenciones que prodigas a tu cuerpo; y «papi» también eres tú y las intenciones y atenciones que prodigas a los demás…

Felicidades ¡ya creciste!








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