En el amor y en la guerra ¿Todo vale?


¿Conoces el dicho en el amor y en la guerra todo vale? Seguro que lo has oído en más de una ocasión. Por mi parte, cada vez que lo escucho siento ganas de objetarlo pues pienso que es una «perogrullada» una frase sin sentido que se mantiene vigente porque muchas personas necesitan justificar su mala conciencia o más bien diría yo, su pobre conciencia.



Primero, porque no acepto la separación entre el concepto de amor y de guerra. Con el paso de los años he ido entendiendo y asumiendo que el AMOR subyace en todo lo concerniente a la evolución humana, incluso en aquellos aspectos que consideramos negativos o dolorosos. La definición de amor en su más elevada expresión (amor ágape) dice que es el aquél sentimiento que se complace en desear o procurar el bienestar del otro… Pero, ¿dónde está escrito que este «bien» haya de procurarse sólo por medios pacíficos?

Antes de continuar quiero aclarar que mi intención al escribir este texto es positivar y actualizar el concepto de conflicto o guerra y que, en mi práctica diaria, considero un logro el poder avanzar de forma pacífica, armónica y creativa. Pero también sé que esta forma de avanzar es un lujo que no está al alcance de cualquiera y como avanzar es un imperativo evolutivo, la humanidad lo hace desde sus inicios con todos los medios a su alcance, pacíficos o no.

¿Cuántos conflictos se habrán generado por el amor de una mujer? O por el amor de un padre tratando de imponer sus ideas a sus hijos. O porque alguien «amaba» tanto una tierra que ansiaba conquistarla para su familia. O porque las cosechas se perdieron y había que alimentarse, o porque escaseaba el agua, las mujeres, etc. Motivos nunca han faltado. Durante mucho tiempo, los humanos hemos avanzado al son de los tambores de guerra y sólo nos hemos detenido tras superar altos niveles de genocidio. Y los conflictos que aun siguen vivos o que amenazan con nacer, también son fruto del «amor» pues los que los alientan están dispuestos a morir por ellos en la idea de que procuran el bien para sus hermanos. 

«Los pueblos, al igual que las personas, tienen una memoria histórica y no pueden alcanzar la paz hasta que sus niveles de pobreza interna y externa, condicionados por nivel de desarrollo económico y cultural, se elevan hasta un nivel determinado. Como diría Maslow, primero hay que llenar la barriga y después el corazón y yo añado que, si es posible, mejor llenarlos a la par.»

Normalmente, procuro no juzgar ni valorar conflicto alguno, ni siquiera de los que observo en los medios de comunicación, porque entiendo que los conflictos y las guerras son un paso necesario en la evolución de un pueblo o persona que permiten cuantificar, de primera mano, el valor de la vida humana.

Todos los pueblos y personas que se ven inmersos en un conflicto de dolor, enfermedad o muerte, están REAPRENDIENDO un valor fundamental: El respeto a la vida humana en todas sus expresiones, en el tiempo y el espacio, incluida la expresión hablada. Sin este valor (intrínseco a nuestro legado evolutivo) no se puede avanzar y las guerras y conflictos armados, los litigios en los tribunales o las discusiones y conflictos en el seno del hogar familiar, PARALIZAN EL TIEMPO, lo mantienen fijado en el punto donde se inició, hasta que una de las partes gana o hasta que se llega a un acuerdo.

«Los conflictos y guerras son un nudo en el tejido del tiempo-espacio personal y grupal. Un nudo que hay que deshacer para seguir avanzando.»

Si la vida nos enfrenta en forma directa a un conflicto (algo con lo que no estamos de acuerdo y trata de imponérsenos) nos está sometiendo a una prueba de amor y de fe por lo que tendremos que «luchar» con las armas que tengamos a nuestro alcance. Hay quien sólo tiene piedras, otros, en cambio, utilizan la palabra como objeto arrojadizo y se «consideran pacíficos». Gandhi utilizó el ayuno y su objeción a la violencia y venció a un gran imperio. El arma utilizada depende de la conciencia del que lucha, pero la lucha, el enfrentamiento ante una imposición, se torna inevitable.

Parece, por mis palabras, que esté justificando el «todo vale», pero donde quiero llegar es a todo lo contrario: En verdad, quiero llegar a las mentes de aquellas personas que han superado o quieren superar la conciencia de competencia, la conciencia de lucha por el poder o del control del espacio. La conciencia de que «hay que luchar duro» para conseguir los objetivos propuestos, de que hay que enfrentarse a los que aspiran al mismo puesto laboral, al mismo bocado de alimento, o al mismo barril de petróleo…

Esta conciencia de competencia está ligada a la creencia de que el mundo, el dinero, la comida, etc., hay que ganarlo con dolor, con sufrimiento y con mucho esfuerzo, Y PUEDE QUE HAYA SIDO ASÍ DURANTE MUCHO TIEMPO, tanto, que nuestra memoria no alcanza a recordar si, alguna vez, fue en forma distinta. De ahí la necesidad de RE-APRENDER. 

Soy consciente de que hay espacios en este planeta en los que este texto no tendría sentido alguno (todos aquellos donde las necesidades básicas de alimento y educación no están cubiertas de manera sostenida en el tiempo). Pero también sé que, en el resto del mundo, hay una necesidad apremiante de recuperar los valores que permiten al ser humano avanzar en positivo (sin contratiempos ni conflictos), en la senda del amor y ¿por qué no? También en la senda profesional.


El primer valor y quizá sea el único es: ¡Que no todo vale! Los conflictos estallan precisamente porque las personas no respetan este punto. Tanto en el amor como en el espacio socio-profesional hay unas REGLAS, que hay que conocer y respetar. El éxito en la vida depende de ello. Credos, filosofías, libros de superación, sociólogos y politólogos, etc. todos tratan de transmitir y actualizar estas reglas, ligadas a nuestro SER Y SENTIR HUMANO.

El reto está en actualizarlas para que puedan SER APLICADAS en este inicio del siglo XXI. 

En el mundo civilizado, el concepto de guerra o competencia por el espacio se ha trasvasado al territorio de lo laboral. Es en este espacio donde se está produciendo una auténtica revolución de valores culturales y económicos, una fusión de credos e ideologías, una renovación que, con el tiempo, liderará el paso hacia un mundo mejor.

Creo firmemente que no son las religiones ni la política (como hasta ahora ha venido sucediendo) las que hoy en día lideran el progreso de los pueblos y naciones. Desde hace un tiempo, la economía ha tomado el relevo y tanto la religión como la política se ESFUERZAN por seguir los pasos de esta revolución que no es silenciosa y tiene muchos detractores (la mayoría de los sectores religiosos y políticos), pero que es imparable.

Pienso que es en el área de lo PROFESIONAL (directivos, ejecutivos, jefes de equipo, etc. como líderes de obreros y empleados), donde hay que fomentar y consolidar el desarrollo de valores humanos positivos. Hay que transmitir a las nuevas generaciones herramientas de gestión que ahuyenten los fantasmas de la competencia y la escasez de recursos. Es un reto en el que muchas empresas ya están involucradas y en el que todavía queda mucho camino por recorrer.

«Un liderazgo sostenible es aquel que satisface las necesidades presentes sin comprometer negativamente las posibilidades futuras» 


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