Ni pena ni pánico. Deja espacio a la responsabilidad del otro


Cuando el miedo y la tristeza se manifiestan en una persona adulta, lo hacen como respuesta a una imagen o impresión desagradable. El miedo y la tristeza son la respuesta de nuestro sistema inmunológico ante la adversidad y la muerte. Si el contacto es leve no resultará lesivo aunque siempre provocará una respuesta defensiva –estrés-- por parte de nuestro sistema inmunológico; en la medida que el contacto sea mayor, nuestras defensas recibirán más señales de alerta y nuestro organismo tendrá que ser reforzado para poder mantener el equilibrio. 

El ser humano nace predispuesto a la compasión y solidaridad pero ambas actitudes están adscritas a unos márgenes o límites determinados; estos límites se rigen por normas y hábitos que se desarrollan en la infancia y que se instalan como programación permanente en nuestra memoria emocional.

La pena, tristeza o «compasión», es una emoción negativa que surge para protegernos, para indicarnos que nos encontramos ante un ser más débil e indefenso, más pequeño que nosotros, menos desarrollado.

Esta protección es necesaria pues nos avisa de que permanecer mucho tiempo con este ser nos va a empobrecer/empequeñecer, a nivelar respeto a él ya que durante el tiempo de contacto o «pena», vamos a compartir nuestras defensas con él. Esto es un proceso automático que solo termina cuando se produce el equilibrio entre las dos personas o cesa el contacto. ¡Le protegeremos hasta donde nuestra salud nos lo permita! Es natural sentir compasión ante la imagen de una criatura débil o enferma, sobre todo si pertenece al mismo núcleo familiar; si la pena o compasión aparecen indiscriminadamente ---ante figuras adultas o personas ajenas al núcleo familiar—se considera lesiva y atacará a nuestro sistema inmunológico debilitándolo.

La sociedad en la que vivimos explota descaradamente el sentido de la compasión, más bien el de la autocompasión, pues cada vez que sentimos pena o tristeza hacia alguien del exterior, estamos proyectando nuestra propia tristeza o vacío existencial en esas imágenes o figuras que nos muestran la tristeza y el vacío existencial de la humanidad. Esta proyección es totalmente inútil e innecesaria y la mayor parte de las veces responde a intereses sociopolíticos, incluso económicos que la fomentan, interesados en mantener al ciudadano opulento en su farsa de poder y seguridad, haciéndole sentir un mayor equilibrio en la medida que pueda proyectar sus miserias internas en las personas y pueblos marginales, débiles y subdesarrollados. La única manera de acabar con esta situación y de contribuir realmente al equilibrio social es dejando espacio a la responsabilidad del otro, ocupándonos, en la medida que nos sea posible, de equilibrar nuestra propia realidad individual; 

Solo es posible sentir pena, tristeza o vacío hacia alguien ajeno a ti, si estas desequilibrado, si padeces algún exceso económico o emocional y, por tanto, lo natural sería desprenderse de ese exceso conscientemente, equilibrando tu vida, dejando circular tus bienes, tus riquezas, hasta que lleguen al último rincón de la tierra.

El pánico, miedo o «solidaridad», es la respuesta de nuestro organismo para avisarnos que estamos ante una entidad u organismo más fuerte que nosotros. En la infancia nos indica que estamos solos, desprotegidos, indefensos, a merced de cualquier extraño o inclemencia. Indica falta de fuerza y seguridad. En la vida adulta aparece en situaciones de indefensión física o emocional. La indefensión física es claramente evidente: cualquier elemento o persona de mayor tamaño o proporción nos causarán cierto temor, cierta tensión o sobrecogimiento que cesará en la medida que lo conozcamos o nos alejemos, según sea el caso. El miedo ante un adversario mayor es algo natural que nos avisa para que tomemos otra dirección. El bloqueo de ese sentido provoca accidentes y lesiones de gravedad, incluso la muerte. Cualquier sentido se bloquea cuando hacemos un uso innecesario e inadecuado de él. El sentido del miedo se bloquea cuando nos obligan a superar pruebas para las que no estamos preparados emocionalmente, generalmente en nuestra etapa infantil. (Estas «pruebas» suelen ser un menú inadecuado, un sabor fuerte o desagradable, una imagen angustiosa o una lectura no apta)

La indefensión emocional es la que provoca la mayor parte de la «solidaridad» que se da entre los humanos. Cuando nuestros sentidos se ven expuestos a circunstancias para las que no tenemos respuesta, surge la necesidad de proteger a toda costa –nuestra mente, nuestro mundo personal-- y de eliminar el foco o causa de tensión para hacer desaparecer la angustia o miedo, la presión que supone ese accidente inesperado, esa lesión o herida individual o social, para la cual no hemos sido preparados.

Al igual que ocurre con la compasión, la solidaridad responde a una necesidad concreta: la necesidad de mantener nuestro mundo personal estable, confortable y seguro, sin cambios o desordenes no programados o injustificables y, por tanto, innecesarios. Su diferencia básica es que la compasión se inspira y la solidaridad nos la inspiran. La compasión es propia de los débiles y la solidaridad de los fuertes. La solidaridad en situaciones ajenas a nosotros nos indica que estamos proyectando hacia el exterior miedos e inseguridades no resueltos, incógnitas propias que trasladamos a las incógnitas que la sociedad nos presenta. 


Una vida consciente ya es solidaria, pues dota a todos nuestros actos de la conexión social e integradora que posibilita la comunicación de respuestas y la transmisión de intereses compartidos. 

Esta consciencia puede estar orientada hacia nuestra vida familiar favoreciendo la integración de nuestros hijos, en forma armónica, responsable, equilibrada y justa en una sociedad que cada vez les exige un mayor esfuerzo de adaptación. O bien orientarse hacia el desarrollo de una profesión vocacional, de plena realización en la que no cabe la insatisfacción o el desengaño. O ¿por qué no? Repartirse de manera proporcional en ambas direcciones.

Una persona responsable y satisfecha es un tótem de seguridad y fortaleza ante la adversidad, por lo que conseguir ese estado de desarrollo personal es el máximo grado de solidaridad social al que debería de aspirar nuestra sociedad del bienestar.

Los desastres naturales que causan daños en vidas y bienes humanos son cíclicos y ante ellos lo única respuesta posible es la aceptación y superación de esa prueba. En la medida que los países crecen y estabilizan su potencial socioeconómico, la respuesta social aumenta por lo que suelen necesitar menos ayudas de los países vecinos.En los países desarrollados existen vías de ayuda y cooperación, así como organismos oficiales destinados a reforzar y mantener a otros países en situaciones críticas.

La solidaridad grupal es diferente a la personal, nace del entendimiento y la comprensión de pertenecer a una unidad global, geográfica, social y política, territorial. Su finalidad es mantener el equilibrio en el mundo y está regida por las normas que rigen a los distintos colectivos que la componen. Estos colectivos se nutren de personas que tratan de equilibrarse proyectando su miedo e inseguridad en medios externos; sus ayudas y aportaciones son el bálsamo que neutraliza su conciencia.

También existen profesionales concienciados o concienzudos que asumen su labor con gozo, sintiéndose la llave, el brazo o el pan que, en un momento dado, puede abrir, asir o nutrir a una persona encerrada, hundida o hambrienta.




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